La ciencia se basa en el valor de la verdad. Más allá de la siempre querida y defendida opinión personal o de la ponderada democracia, la ciencia se debe ajustar a los hechos, al resultado, al experimento.
En ciencia no sirven los votos ni el poder de una figura autoritaria. Así, puede existir consenso sobre una idea y ser errónea. Por lo cual, la popularidad o la complacencia general sólo sirve para tener recursos, apoyo y aliento para continuar en la misma línea, que bien puede estar equivocada desde el principio.
Personajes notables como Kepler admitieron que las observaciones que heredo de Tycho Brahe eran más contundentes que su profundo anhelo de cómo se debía de comportar la naturaleza. Kepler hizo bien.
Recuerdo que en la escuela, después de realizar un examen de matemáticas, entre compañeros nos preguntábamos que habíamos escrito en tal o tal pregunta. Si la respuesta coincidía nos dábamos una palmada en la espalda y sonreíamos. En caso contrario, fruncíamos el seño y nos alejábamos, pues no era momento de más debates.
Es la confrontación de ideas la que si ayuda a la ciencia y es la que, desde el principio, fue la razón de la creación Internet. Pues Internet nació para que los científicos compartieran experiencias y ocurrencias en sus temas de estudio. La actual Web 2.0 únicamente ha dejado fluir más rápidamente este proceso, el espíritu de trabajo científico sigue igual que desde se emitían las primeras epístolas entre los filósofos de la naturaleza.
La democracia tiene sus nichos donde puede ser progresista, incluso esencial. Sin embargo, en temas de ciencia, la democracia está sobrevalorada.
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